jueves, 16 de febrero de 2017

El prisionero de Zenda, de Anthony Hope

Al poco penetré en el bosque y, durante una hora o más, caminé sumergido en la penumbra fresca y melancólica. Los grandes árboles se entrelazaban sobre mi cabeza en una enramada tan tupida que los rayos del sol se colaban a duras penas entre las hojas, destellando como diamantes. Era un lugar encantador, por lo que, cuando descubrí un árbol caído, me senté con la espalda apoyada en él y, estirando las piernas, me entregué a la serena contemplación de la solemne belleza vegetal y a saborear un buen cigarro.
Cuando hube concluido el cigarro e inhalado (imagino) tanta belleza como pude, concilié el más delicioso de los sueños, indiferente a mi tren de Strelsau y al veloz transcurso de la tarde. Acordarse de un tren en un lugar así hubiera sido puro sacrilegio: en lugar de ello, soñé que estaba casado con la princesa Flavia, que vivía en el castillo de Zenda y que pasaba días enteros con mi amada en los claros del bosque, todo lo cual era muy agradable. De hecho, estaba justamente depositando un ferviente beso sobre los labios encantadores de la princesa cuando oí (y la voz parecía al principio formar parte del sueño) que alguien decía con tono áspero y estridente:
—¡Esto es diabólico! ¡Afeitadle y será el rey!

Hay una web literaria en la que se usa el nombre de esta obra; y en ella se promociona una nueva edición muy cuidada. No he tenido la oportunidad de verla en mis manos, pero sí que tenía en casa, en mi larga lista de espera, otra que en una colección de aventuras editó El País hace años.

Parece que van llegando a mis manos libros sobre aventuras repentinas seguidas de muchas peripecias. Enfrentarse al desafío, lanzarse al viaje, y acabar siendo alguien distinto. El estilo de Hope es muy accesible, sin ornamentos ni excesos, que permite una lectura fluida a cualquiera. El relato cautiva desde la contraportada, discurre imprevisiblemente, y combina la aventura con gotas de humor. Como ejemplo de la novela de capa y espada, abunda la acción; una acción en la que el autor se esfuerza por que el lector imagine las escenas con fidelidad. En los diálogos se mezclan a partes iguales la inocencia de otras épocas con la lucidez de los fracasos y las desilusiones a los que el ser humano se enfrenta cada día. Por último, otro elemento que explica por qué ha atraído a tantísimos lectores es que es capaz de hacer al lector resonar con la creciente carga emocional de la historia. No es visceralidad, son impulsos, motivos y refrenos de personas reales y sensatas. Una gozada. 

La prosa dulce, el relato improbable, la acción, los diálogos y las emociones son los cinco motivos para zambullirse en este clásico. Aunque me temo que el chapuzón será corto. No sé si quiero, sin embargo, embarcarme en la secuela, Rupert de Hentzau, por temor a llevarme una decepción. Y por cierto, los textos en inglés y en español están disponibles en el Proyecto Gutemberg. Gratis y legal.

By Рекс Ингрэм (режиссёр) (Скриншот фильма) [Public domain], via Wikimedia Commons